En las nocturnas callejuelas de Barcelona, un restaurante muy particular cuya atmósfera se encuentra suspendida en los años ochenta será el punto de encuentro entre un argentino y un uruguayo que se reconocerán a través de su rasgo más íntimo: la lengua. Mediante diálogos repletos de humor, ambos repasarán el folklore del Río de la Plata, su gastronomía, sus costumbres, las grandes plumas literarias, entre las cuales destaca Felisberto Hernández.
Si el tango adopta la máscara de la tragedia, Parpadeo se propone como la antítesis teatral. Comedia mediante la cual se homenajea al himno de los tangos, Volver («Yo adivino el parpadeo, de las luces que a lo lejos, van marcando mi retorno…»), y se reflexiona acerca del inexorable discurrir, en que el tiempo no siempre se vive de forma lineal y la vertiginosidad de su paso habilita la metáfora de la vida misma como un parpadeo.